sábado, 8 de mayo de 2010

EL JARRO DE VINO



El jarro de vino



Bebía yo muy tranquilo de mi jarro, el dulce y sabroso vino que caía con toda su dulzura y halagaba mis labios. Noche tras noche seguía este preciado y confortante ritual...



Pero poco después, noche tras noche me daba cuenta de que el vino era cada vez más escaso y echaba en falta varios chupes.



Pues estaba yo seguro que aquel malvado niño que había yo acogido por necesidad, era el culpable de mi sufrimiento, así que con tal de no echar en falta mi vino, nunca más lo solté de las manos.



Poco me duro este truco ya que poco después voví a observar la falta de vino. Ese niño era demasiado astuto y pícaro, pero yo lo era más así que me metí el jarro entre las piernas y con la mano lo tapé. Eso ya no había quien burlar, y ese niño ya no me podía engañar.



Me funcionó el truco por un tiempo, pero días después el vino me seguía desapareciendo.



¡Maldita sea!



Muchacho estúpido y comilón, ¿nunca te hartas?



Pues con la excusa de que tenía frio entre las piernas se me metía; puede que así a mi lado, lo controlaría mejor y ya el vino mio no se bebería.



Y así el niño controlé varios días, hasta que volví a echar en falta otra parte de mi vino. Pues una noche se me ocurrió tocar el jarro para ver si había algo fuera de común, y así descubrí un orificio en el culo del jarro.



Ya a la siguiente noche, cuando entre mis piernas se metió, y cuando empezó a darle al jarro, con mi mano y armado de una gran fuerza le estampé todo el jarro contra los dientes , y con el ruido que escuché, supongo que aquel pícaro se quedó sin dientes.



¡Maldito muchacho malagradecido!



¡Toma vino!



¡Ja ja ja ja, para que aprendas!



Goran Roxana Elena 3ºA